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Charles, un joven burgés parisino de 20 años aparece muerto en el cementario de Père-Lachais ¿qué sucedió? ¿qué le ha llevado a tal final?... Reflexión sobre la existencia, el vacío que la rodea, la mirada de Charles es una mirada misteriosa, pesimista y fuera de toda esperanza.
Estamos ante el retrato coral de un estado de ánimo generacional. Pero Bresson no pretende tanto el retrato de unos jóvenes post-sesentayochistas ni siquiera un filme sociológico sobre un sector de la juventud -aunque algo de esto queda como telón de fondo- como una particular tesis sobre el fin del mundo a través del camino hacia la autodestrucción de un joven diferente y a la vez del montón. Un filme fatalista y al mismo tiempo inclasificable ¿Es el autor de “Pickcpocket” un pesimista? Si, pero no al modo bergmaniano sino más bien al modo en que lo son otros autores franceses fascinantes, personalísimos e infravalorados como Franju, Becker o Melville. Prefieren plantear interrogantes, penetrar en las heridas, pero sin dar soluciones (como hoy tampoco lo hace el austriaco Michael Haneke). Bresson es en algunos momentos moralista, pero siempre nos quita la certidumbre de cualquier lección ética definitiva. Y de ahí la importancia de su estilo, desnudo, hecho de fueras de campo, desmintiendo a través de la planificación cinemática cualquier posible teatralidad mediante el uso de primeros planos de objetos o de cuerpos humanos, sonidos en off y diálogos melancólicos que, en este caso, pueden sonar hasta ridículamente sentenciosos.
Estamos ante el retrato coral de un estado de ánimo generacional. Pero Bresson no pretende tanto el retrato de unos jóvenes post-sesentayochistas ni siquiera un filme sociológico sobre un sector de la juventud -aunque algo de esto queda como telón de fondo- como una particular tesis sobre el fin del mundo a través del camino hacia la autodestrucción de un joven diferente y a la vez del montón. Un filme fatalista y al mismo tiempo inclasificable ¿Es el autor de “Pickcpocket” un pesimista? Si, pero no al modo bergmaniano sino más bien al modo en que lo son otros autores franceses fascinantes, personalísimos e infravalorados como Franju, Becker o Melville. Prefieren plantear interrogantes, penetrar en las heridas, pero sin dar soluciones (como hoy tampoco lo hace el austriaco Michael Haneke). Bresson es en algunos momentos moralista, pero siempre nos quita la certidumbre de cualquier lección ética definitiva. Y de ahí la importancia de su estilo, desnudo, hecho de fueras de campo, desmintiendo a través de la planificación cinemática cualquier posible teatralidad mediante el uso de primeros planos de objetos o de cuerpos humanos, sonidos en off y diálogos melancólicos que, en este caso, pueden sonar hasta ridículamente sentenciosos.
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